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SAN VICENTE DE PAUL
1581 - 1660
3. NOVENA II

Páginas: 1. Oraciones | 2. Novena I
3. Novena II | 4. Novena III | 5. Novena IV



[Retrato de San Vicente de Paul en un grabado antiguo]

PÁGINAS DE LA NOVENA

I. Oraciones iniciales y finales

> II. Días 1 a 3

III. Días 4 a 6

IV. Días 7 a 9

por el P. Antonio Mora, C.M.

   

II. DÍAS 1 | 2 | 3

DÍA PRIMERO [Ir al principio de esta página]

Las máximas evangélicas

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¿Cuáles son estas máximas? Hay un gran número de ellas en el Nuevo Testamento, pero las principales y fundamentales son las que se detallan en el sermón que tuvo nuestro Señor en la montaña, que comienza: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (Mt 5, 3).

Pongamos por ejemplo ésta, que es de las fundamentales: «Id y tened con vuestro prójimo, el mismo trato con que os gustaría ser tratados» (Mt 7,12). Esta máxima es la base de la moral, y sobre este principio se pueden regular todas las acciones de la justicia secular. Y como toda conclusión que se saca de uno o varios principios tiene que mostrar con seguridad lo que ordenan para la práctica de la virtud, o lo que prohíben para la huida del vicio, así también de estas máximas evangélicas se sacan consecuencias ciertas que llevan, según los designios de nuestro Señor, no sólo a huir del mal y a seguir el bien, sino también a procurar la mayor gloria de Dios, su Padre, y a adquirir la perfección cristiana.

Para tener una mayor inteligencia de estas máximas y distinguir mejor las que obligan de las que no obligan, es conveniente añadir que hay algunas que obligan a su observancia, como éstas: «Guardaos de toda avaricia» (Lc 12,15), «Haced penitencia» (Mt 4,17), porque son mandamientos absolutos. Otras no obligan más que a la disposición de recibirlas en caso necesario, cuando se le propongan y éste tenga poder para cumplirlas, como ésta: «Haced bien a los que os odian» (Mt 5,44). Hay otras que son puramente consejos, como por ejemplo: «Vended todo lo que poseéis y dadlo en limosna» (Lc 12,33), porque nuestro Señor no obliga a nadie a vender todos sus bienes para dárselos a los pobres; esto es sólo para una mayor perfección.

Finalmente, hay otras que son también puros consejos evangélicos, pero que sin embargo obligan a veces a observarlos por haberse convertido en preceptos; esto sucede cuando se ha hecho voto de guardarlos, haciendo voto de pobreza, castidad y obediencia, ya que los consejos evangélicos se refieren y se reducen a estas tres virtudes, pues no hay ninguno que no tenga que ver con la pobreza, con la castidad o con la obediencia. (Cf. Op. cit., n. 690 y 691).

Oración final. Señor, Dios nuestro, que pusiste como fermento del mundo la fuerza del Evangelio, concede a cuantos has llamado a vivir en medio de los afanes temporales que, encendidos de espíritu cristiano, se entreguen de tal modo a su tarea en el mundo, que con ella construyan y proclamen tu Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

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DÍA SEGUNDO [Ir al principio de esta página]

Las máximas del mundo

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

El abrazar las máximas del Evangelio compromete a huir de las máximas del mundo, ya que son opuestas a las del Evangelio; para huir de ellas, hay que saber cuáles son, qué es lo que se entiende por estas máximas del mundo y ver cómo se oponen a las de Jesucristo y en qué las contradicen.

En primer lugar, las máximas de nuestro Señor dicen: «Bienaventurados los pobres» (Mt 5, 36); y las del mundo: "Bienaventurados los ricos". Aquellas dicen que hay que ser mansos y afables; éstas, que hay que ser duros y hacerse temer. Nuestro Señor dice que la aflicción es buena: «Bienaventurados los que lloran»; los mundanos, por el contrario: "Bienaventurados los que se divierten y se entregan a los placeres".

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed, los que están sedientos de justicia»; el mundo se burla de esto y dice: "Bienaventurados los que trabajan por sus ventajas temporales, por hacerse grandes".

«Bendecid a los que os maldicen» (Lc 6, 28), dice el Señor; y el mundo dice que no hay que tolerar las injurias: "al que se hace oveja, se lo comen los lobos"; que hay que mantener la reputación a cualquier precio, y que más vale perder la vida que el honor.

Y esto basta para conocer cuál es la doctrina del mundo y qué es lo que pretende. Por consiguiente, al comprometernos a seguir la doctrina de Jesucristo, que es infalible, nos obligamos al mismo tiempo a ir contra la doctrina del mundo, que es un abuso. (Cf. Op. cit., nn. 692-694).

Oración final. Oh Dios, que has llamado a todos los hombres a cooperar en el plan inmenso de la creación, haz que en el esfuerzo común por construir un mundo nuevo, más justo y más fraterno, se consiga que todo hombre encuentre el puesto que su dignidad pide, para que realice plenamente su vocación y contribuya al progreso de todos los demás hombres, según la Buena Nueva que nos predicó tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

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DÍA TERCERO [Ir al principio de esta página]

Motivos para observar las máximas evangélicas

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

Los motivos se deben derivar de la santidad, de la naturaleza y de la utilidad de estas máximas. Vamos a verlo.

¿Qué es la santidad? Es el desprendimiento y la separación de las cosas de la tierra, y al mismo tiempo el amor a Dios y la unión con su divina voluntad. En esto me parece a mí que consiste la santidad.

¿Y qué es lo que nos aparta más de la tierra y nos une tanto al cielo sino las máximas evangélicas? Todas ellas pretenden separarnos de los bienes, placeres, honores, sensualidades y propias satisfacciones; todas tienden a ello; ese es su fin. Por eso, decir que una persona se mantiene en la observancia de las máximas evangélicas, es decir que está en la santidad; decir que una persona las practica, es decir que tiene la santidad, porque la santidad, como acabamos de anotar, consiste en el rompimiento del afecto a las cosas terrenas y en la unión con Dios; de forma que es inconcebible que una persona observe las máximas evangélicas y no se vea despegada de la tierra y unida al cielo.

El segundo motivo que se saca de las máximas evangélicas, es su utilidad. Las personas que las practican, ¿qué es lo que hacen? Se apartan de tres poderosos enemigos: la pasión de tener bienes, de tener placeres y de tener libertad. Ese es, hermanos míos, el espíritu del mundo que hoy reina con tanto imperio, que puede decirse que todo el afán de los hombres del siglo consiste en poseer bienes y placeres y en hacer su propia voluntad. Eso es lo que se busca, tras eso corren. Se imaginan que la felicidad de este mundo está en amontonar riquezas, en gozar y en vivir a su antojo.

Pero, ¡ay!, ¿quién no ve todo lo contrario y quién ignora que el que se deja gobernar por sus pasiones se convierte en esclavo de las mismas?

Una persona que se queda ahí, esto es, que no logra hacerse dueño de sus pasiones, puede y debe creerse hija del diablo. Por el contrario, los que se alejan del afecto a los bienes de la tierra, del ansia de placeres y de su propia voluntad, se convierten en hijos de Dios y gozan de una perfecta libertad, porque la libertad sólo se encuentra en el amor de Dios. Esas personas, hermanos míos, son libres, carecen de leyes, vuelan libres por doquier, sin poder detenerse, sin ser nunca esclavas del demonio ni de sus placeres. ¡Bendita libertad la de los hijos de Dios!. (Cf. Op. cit., nn. 990-991).

Oración final. ¡Oh Salvador, Señor, Dios nuestro! Tú trajiste del cielo a la tierra esta doctrina, la recomendaste a los hombres y la enseñaste a los apóstoles, a quienes les dijiste que esta doctrina es como la base del cristianismo y que todo lo que no se cimente en ella estará cimentado sobre arena: llénanos de este espíritu, dispon nuestros corazones a recibirlo. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.


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