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ACCIÓN DE GRACIAS
3. ORACIONES

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4. Cántico de los tres jóvenes



GRACIAS, JESÚS MÍO

Gracias, ¡Jesús mío! Oh Jesús acabo de recibiros en esta santa Comunión. Bien es verdad que no puedo veros con mis ojos, pero creo firmemente en vuestra divina presencia. Soy vuestro Tabernáculo. Ya no aparecéis bajo la forma de pan, os habéis ocultado en mi cuerpo. Habéis dejado la lamparilla del sagrario para buscar las llamas de amor de mi corazón. Abandonasteis el silencio del copón, para escuchar las dulces palabras de mi alma extasiada de amor a Vos. Oh Jesús, decidme, ¿no os sentís un tanto desilusionado? En lugar de un corazón ardiente de amor, ¡halláis tan solo una muy débil llamita de afecto! Lo único que puedo deciros, oh Jesús, es: Gracias, mil gracias os doy, ¡oh amado Jesús mío!

Qué bueno eres, ¡oh mi Jesús! Si tuviese que tratar con hombres tendría que usar palabras para expresarles mis sentimientos y afectos porque ellos no entienden el lenguaje del corazón. Mas, Vos oh Jesús mío, conocéis mi corazón mucho mejor que yo. Veis muy bien, cuán feliz me siento de haberos recibido. Sabéis que me faltan palabras para expresaros mi gratitud.

Recoged, oh Jesús mío, todos mis sentimientos y encerradlos todos en la llaga de vuestro dulcísimo Corazón. ¡Os doy gracias, oh buen Jesús! Soy tau feliz, en este momento! Mirad, si halláis algo de bueno o hermoso en mi alma, es para Vos. Si acaso encontráis un poquito de buena voluntad, deseos de santificación, una virtud, algún sacrificio, una oculta lágrima de arrepentimiento, mirad, todo es vuestro, aceptadlo en prueba de gratitud.

Os doy gracias, ¡oh buen Jesús! Toda mi gratitud se encierra en estas palabras. Antes creía que tenía tanto que deciros y ahora no acierto pronunciar palabra. Pero, Vos, oh Jesús, no esperáis de mi hermosas palabras y profundos pensamientos. Solo queréis que os ofrezca como digno regalo todas las facultades de mi alma, todos los afectos de mi corazón. ¡Os doy gracias, oh Señor, y os amo, oh mi buen Jesús!

¡Gracias, oh Jesús! ¡Cuán feliz me siento! Ayer he cometido muchas faltas. Cómo me oprimían el corazón. Me parecía que estabais triste, ¡oh buen Jesús! No pude hallar completa paz Pero esta mañana, desde que habéis entrado en mi alma, todo ha cambiado como por encanto. Una dulce paz ha entrado en mi alma. Cuánto os agradezco, ¡oh dulcísimo Corazón de Jesús!

¡Oh dulce Huésped de mi alma! os habéis dado todo entero a mí, he aquí, que yo me entrego todo entero y sin reserva, a Vos. Me habéis dado vuestra alma santísima, y yo os doy la mía, aunque pobre y llena de defectos. Puede que aún me queden varios años de vida. Si os place acortar el tiempo de mi destierro, lo acepto gustoso de vuestra mano paternal. Aún gozo de buena salud, disponed de ella según vuestro divino beneplácito y para vuestra mayor gloria. Es verdad, soy pobre; pero Vos, divino Rey de amor, aceptáis gustoso nuestros pobres presentes, siempre que vengan de un corazón humilde y agradecido. Pues bien lo poco de bueno que yo tenga; todo cuanto posea en bienes espirituales y materiales os lo ofrezco gozoso y sin reserva alguna.

Debo marcharme ahora, oh mi amado Jesús. Dejo vuestro sagrario porque me llamáis a otra parte. ¡Adiós, Jesús! ¡Hasta mañana! Volveré con un corazón más sediento de amor a Vos. Y vos, Señor, me daréis otra vez aquella paz inefable, preludio de la eterna bienaventuranza del cielo.

Una palabra todavía, amado de mi alma. Por el amor inmenso que os hace prisionero de mi alma, concededme la gracia que la comunión de mañana sea más fervorosa que la de hoy. Dadme esta gracia cada día de nuevo. Así seré más santo cada día, más perfecto y os amaré con más ardor. Abrid vuestros tesoros y adornad mi alma con la hermosura de la vuestra. ¡Gracias, oh buen Jesús!

Alabanzas y adoración, amor y gratitud sean dadas, en todo momento y en todos los Tabernáculos del mundo, al Sagrado Corazón de Jesús, hasta la consumación de los siglos. Así sea.

¡Bendito sea el Sacratísimo Corazón eucarístico de Jesús! ¡ Corazón de Jesús en Vos confío! Jesús, manso y humilde de Corazón, haced mi corazón semejante al vuestro.

__________

GRACIAS, AMABILÍSIMO JESÚS [1]

Gracias, amabilísimo Jesús, gracias infinitas os sean dadas por el inapreciable beneficio que acabáis de hacerme viniendo a mi y dignándoos entrar en la pobre morada de mi corazón... ¿Y de dónde a mí tanta dicha? Os contemplo en los brazos de mi alma cual el anciano Simeón, y entusiasmado por tan divino tesoro, exclamaré con él: «Moriré gustoso, porque he logrado la mayor dicha que en este mundo puede lograrse ». ¿Qué gracias, pues, podré daros por esta gracia, que no sólo contiene todas las gracias, sino que también al Autor de ellas? ¡Oh
Angeles santos! Alabad todos al Señor y dadle por mí las gracias... ¡Oh Santos del cielo y justos de la tierra! Ayudadme a dar a Dios las gracias por tan señalada merced.

¡Oh Virgen Santísima!... Vos, que con tanta perfección supisteis corresponder a los singulares beneficios que os dispensó Dios, haced que yo sepa también corresponder y darle las debidas gracias; pero ya que esto me es imposible, dádselas por mi.

Quisiera, Dios mío, que cuantas criaturas hay en el cielo y en la tierra os dieran por mí las gracias; pero estoy bien convencido de que ni aun así correspondería digna y debidamente; por esto, pues, me ofrezco a Vos mismo con todo mi cuerpo y alma, potencias y sentidos, de suerte que en adelante diré siempre con el Apóstol San Pablo: Vivo yo, pero no yo, sino que vive Cristo en mi. ¡Oh, Dios mío!. De hoy más seré siempre vuestro; adornadme, por tanto, como a cosa vuestra, con cuantas virtudes sabéis que necesito para amaros y serviros: con toda perfección.

Al veros hospedado en mi alma, me lleno de admiración y asombro, y entusiasmado, cual la Magdalena, no sé desistir de contemplar vuestras misericordias infinitas. ¿Qué visteis, Señor, en mí para que vinierais? ¿Virtudes?... ¿Pero cómo, si estoy desnudo de ellas? ¿Méritos?... ¡Ay! Yo soy un miserable pecador. ¿Quién, pues Bien mío, os movió? ¡Ay! Ya lo sé: las miserias que me oprimen y las necesidades bajo las que me veis gemir. ;¡Cuán bueno sois, oh mi buen Dios!... Permitidme, pues, Señor, que abrace vuestros pies santísimos y los riegue con lágrimas de ternura y amor. No, yo no me levantaré de vuestras plantas hasta que, cual a la Magdalena, me concedáis una indulgencia plenaria de todos mis pecados; ni os dejaré ir hasta que me hayáis echado vuestra santa bendición.

Oh, y cuánto os amo, Dios mio! ¡Qué lástima que no os haya amado siempre! Al acordarme que tuve valor para ofenderos, se me cubre de rubor el rostro y un vivo dolor parte mi corazón. Sí; con la sangre de mis venas quisiera borrar mis culpas. Quisiera que los días en que os ofendí y no os amé no se computaran en el número de los años que he vivido. Pero, en adelante... - cielos y tierra, sed testigos de mi resolución -, en adelante no os ofenderé más, y os amaré, con vuestra gracia, con todo el afecto de mi corazón.

Y no sólo eso, Señor, sino que procuraré que todo el mundo os ame, y que nadie os ofenda; y ya que os contemplo sentado en mi corazón como en un trono de misericordia preparado para concederme gracias, y no sólo instándome a que os las pida, sino quejándoos de que hasta aquí no os las haya pedido, enmendando mi negligencia os pido:

1º Que convirtáis a todos los pobres pecadores. ¿No veis, Señor, cómo se precipitan de abismo en abismo?

2º Que concedáis a los justos la perseverancia final en vuestro santo servicio. ¿De qué les serviría tener buen principio si fuera desgraciado su fin?

3º Que, librando de las penas del purgatorio a las benditas ánimas, las llevéis a vuestra gloria. ¡Bien sabéis cuánto os aman y anhelan por Vos!

4º Que a mis padres, amigos y bienhechores les concedáis cuantas gracias necesiten.

5º Que triunfe en todas partes la Iglesia y prospere nuestra nación.

6º Que bendigáis a cuantos son acreedores a mis oraciones.

Concedednos a todos vuestra divina gracia, vuestro santo amor y temor, y, por último, la gloria, en que vivís y reináis con el Padre y con el Espíritu Santo. Amén.



1. Esta oración ya aparece en el devocionario Camino recto que escribió San Antonio María Claret. [Volver]

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