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          El
        mundo, al parecer, perdido estaba.  
        La sangre del divino Redentor,  
        Sus méritos, sus penas, sacrificios,  
        Las infinitas pruebas de su amor. 
        Todo
        se desprecia, y a excepción  
        de un número de seres reducido,  
        Los demás a su Dios desconocían,  
        Y pagaban su amor con el olvido. 
        ¿Qué
        hará el Señor al ver tantas ofensas?  
        ¿Mostrará su justicia y su poder? 
        ¿Enviará un castigo tan terrible  
        Que haga al mundo al instante fenecer? 
        Esto
        hiciera sí fuera sólo justo: 
        Más, como es todo amor, todo bondad,  
        A tanta ingratitud, a ofensa tanta,  
        Opondrá su infinita caridad. 
        Así
        se venga el Dios cuyas bondades  
        No se pudieron nunca enumerar;  
        ¡Qué práctica lección para nosotros
 
        Que tanto nos cuesta perdonar! 
        Más,
        ¿de quién se valdrá este Dios clemente  
        Para mostrar su amante Corazón? 
        ¿Se valdrá de su inmenso poderío  
        Poniendo al mudo entero en conmoción ?... 
        ¡Otros
        son los caminos escogidos 
        Del Verbo por nosotros humanado 
        Que reclinado humilde, en su pesebre 
        Expiró en una cruz crucificado! 
        Tiende
        su vista sobre el orbe entero,  
        Más, pronto se detiene su atención,  
        Por haber encontrado un instrumento  
        Que es digno de llenar su aspiración.  |  
        
         Una virgen humilde,
        que en el claustro,  
        En retiro y silencio está abismada,  
        Merece, entre otras mil, que el Rey del cielo  
        Fije en ellas su vista y su mirada. 
        La cruz, la humillación
        es su alimento, 
        Amar y padecer su ocupación; 
        Y por esto arrebata las miradas 
        De este humilde y amante corazón. 
        Margarita María
        fue la virgen 
        Que mereció del cielo el gran favor 
        De imitar al Discípulo escogido 
        Descansando en el pecho del Señor 
        Ella es a quien
        más tarde fue mostrado 
        Este dulce y amante corazón. 
        Y dada la misión alta y divina 
        De extender esta nueva devoción. 
        Oh mi Dios! ¡Cuán
        distintos son tus juicios  
        De los del mundo loco y engañado,  
        Que humilla y vitupera con frecuencia  
        Lo que a tus ojos es tan apreciado. 
        En Margarita no
        hay nada que brille,  
        Todos la conceptúan despreciable,  
        Y tú la juzgas digna de una empresa  
        Tan sublime, difícil y admirable. 
        Margarita, bendice
        los desprecios  
        Que te atraen tu amor a la humildad,  
        Pues ellos te descubren los tesoros  
        De un corazón que es todo caridad. 
        DIOS SEA BENDITO  |  
      
      
        
        ORACIÓN
        ¡Oh Bienaventurada Margarita
        María! depositaria venturosa del tesoro de los cielos,
        el Corazón Divino de Jesús, permite que, considerándote
        mi hermana, en este incomparable amor, te ruegue me des con generosidad,
        la parte que me corresponde en esa mansión de infinita
        caridad. Confidente de Jesús, acércame tú
        al Sagrario de su pecho herido; Esposa de predilección,
        enséñame a sufrir por la dilatación de aquel
        reinado cuya causa te confió el Maestro. Apóstol
        del Sagrado Corazón, consígueme que se realicen
        conmigo las promesas que en beneficio de su gloria, te hizo ochenta
        y siete veces el Amado; Discípula regalada del Divino
        Corazón, enséñame la ciencia de conocerlo
        como lo conociste tú, en el perfecto olvido de mí
        mismo y de la tierra. Víctima del Corazón de Jesús
        Sacramentado, toma el mío, y ocúltalo en la llaga
        donde tú viviste, compartiendo ahí las agonías
        del Cautivo del amor, de Jesús-Eucaristía. El,
        te dijo, hermana muy amada, que dispusieras en la eternidad del
        cielo, de este otro cielo, el de su Corazón Sacramentado;
        ¡Oh Margarita María! entrégamelo, pues, para
        consumirme en ese incendio, dámelo para llevarlo como
        vida redentora a los pobres pecadores y como glorificación
        de ese mismo Corazón Divino a las almas de los justos.
        ¡Ah, sí! compartamos, hermana mía el mismo
        sacrificio, el mismo apostolado, el mismo paraíso del
        Corazón Divino de Jesús: venga a nos su reino.  |