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1. REZO MEDITADO
DEL "ALMA DE CRISTO"
por Antonio Montero Moreno
Arzobispo de Mérida-Badajoz
[1]

1. Primera parte | 2. Segunda parte

 

[Adoración a Cristo. Estampa religiosa antigua]
PRIMERA PARTE

Doy por seguro, Señor, que millares y millares, por no decir millones, de hombres y de mujeres, a lo largo de más de cuatro siglos, han recitado el Alma de Cristo, siguiendo la recomendación de San Ignacio, para el final de la oración personal o en momentos de especial intensidad religiosa. Esas letrillas litánicas, que el santo nombraba todavía en latín, te presentan, Señor crucificado, un recital breve y silencioso de querencias íntimas, nacidas todas ellas de nuestra pobreza radical. Son las cuentas preciosas de un misterio del rosario, a la vez doloroso y glorioso. Intentaré repasar, grano a grano, esta espiga de invocaciones.
     

Alma de Cristo, santifícame
...............

 

Tú sabes mejor que yo a cuántos equívocos se presta hoy el nombre mismo del alma. Entiendo por alma con la Biblia, la Iglesia y la tradición cultural a la que pertenezco, esa otra dimensión fundante, invisible e inmortal de mi ser, que anima y sostiene la vida de mi cuerpo, que con él me hace persona, donde se asientan la inteligencia, la libertad, el amor y la dignidad del hombre. De donde brotan también, por su cara obscura, el pecado y la maldad, la abyección y la podredumbre moral.

Sobre mi alma, que soy yo mismo, sobre su desnudez indigente y pecadora, derrama, ¡oh Cristo!, la gracia, la luz y la santidad de la tuya.

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Cuerpo de Cristo, sálvame
...............

 

Me refiero a tu cuerpo viviente y humano, gestado por el Espíritu en las entrañas de María, amamantado a sus pechos, crecido y curtido en el taller de José. Enrolado, de niño y de joven, en juegos, caminatas y debates, en la sinagoga y en el templo. Metido entre la gente, israelita cabal, hijo del carpintero. Y luego sudoroso en los caminos de Galilea y de Judea, sin cabezal para el descanso, dormido sobre la barca, profeta erguido y entrañable, Hijo del hombre.

Me acojo a ese cuerpo mortal de cordero inocente, llevado al sacrificio, abofeteado, sangrante y escarnecido. Colgado después de tres clavos, traspasado por la lanza, muerto y silencioso, grano de trigo en el sepulcro. Te adoro, cuerpo resucitado y glorioso de mi único Señor, vivo para siempre, blanco cordero celestial, vencedor de tu muerte y de la mía. Y, ¿cómo no?, cuerpo eucarístico de Jesús, pan vivo bajado del cielo, manjar de resurrección para mi carne ciega y mortal, proclive a los siete pecados. ¡Sálvame, cuerpo místico de Cristo, cabeza de la Iglesia, de la que soy miembro agradecido!.

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Sangre de Cristo, embriágame
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  De nuevo al mirarte, Señor, vuelve a mis labios la referencia eucarística, fundamental para nuestra condición terrestre, memorial de tu pasión, anticipo del banquete celestial. "Ya no beberé", nos dijiste, "del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de mi Padre". Lo de la embriaguez, ya se sabe, no es de tu sangre física, sino de tu vino eucarístico. "Qué breve inmensidad la del instante en que riega tu sangre mi organismo!", escribí en un verso de juventud. No sé si es pedirte mucho que me eduques el paladar del alma, el sabor y el gusto interior de las cosas santas; "la sobria embriaguez del Espíritu" de aquel himno litúrgico latino. "Loca del Sacramento" llamaban en vida a Santa Micaela. A los apóstoles los quisieron detener por borrachos el día de Pentecostés. ¡Embriagarse de Dios, romper los linderos de la clase media espiritual, vivir sin vivir en mí!

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Agua del costado de Cristo, lávame
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  ¡Qué contraste, Maestro, entre tu santa humanidad, presta ya para resucitar, y nuestra existencia arrastrada y polvorienta, siempre a la espera de un baño de gracia! Nos has lavado, Señor, con tu sangre. Dame la blanca túnica de los que acompañan al Cordero en los prados celestes. Bendita la fuente bautismal, bendita el agua lustral del sacramento del perdón. Limpieza corporal, Dios mío, tan grata y relajante, que nos hace respetarnos a nosotros mismos y valorar a los demás. Pureza de corazón, claridad de intenciones, veracidad en las palabras, transparencia en la conducta. Milagro del agua de tu costado.

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Pasión de Cristo, confórtame
...............

 

No es la lógica la que aquí manda, sino el corazón. Tu Pasión incluye todo lo dicho y parte de lo que falta. Esta palabra bendita nos lo dice todo a tus discípulos. Tu sagrada pasión discurre de Ramos a Gloria, del Cenáculo al Calvario. Abarca la agonía del huerto, la bofetada ante Anás, la corona de espinas, la humillación con Barrabás, la calle de la Amargura, las siete palabras, las cinco llagas. Este, Señor, es tu cáliz, el de la pregunta a los del Zebedeo y a nosotros: ¿Sois capaces de beberlo?

Ahí me duele, Señor. Tu pasión no es una leyenda aurea; es una experiencia insondable, una fuente de salvación, una cátedra de sabiduría. "Yo no quiero saber de otra cosa, nos diría tu apóstol Pablo, sino de Jesucristo y de éste crucificado". A Felipe II mientras le rajaba la pierna el cirujano, le leían páginas de tu pasión. (Pasión significa dos cosas: amor extremado y sufrimiento total). De ella sacaron amor las vírgenes cristianas, arrojo los mártires, fuego los apóstoles, lucidez los doctores, esperanza los oprimidos. Anda, Señor, confórtame.

 

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1. Publicado en el Semanario "Iglesia en camino" de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz (España), número 293 del 28 de marzo de 1999.[Volver]


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