DÍA PRIMERO ![[Ir al principio de esta página]](../imagenes/p_top.gif) 
        Las
        máximas evangélicas 
        
        Comenzar con la oración
        preparatoria para todos los días. 
        ¿Cuáles son estas
        máximas? Hay un gran número de ellas en el Nuevo
        Testamento, pero las principales y fundamentales son las que
        se detallan en el sermón que tuvo nuestro Señor
        en la montaña, que comienza: «Bienaventurados los
        pobres de espíritu» (Mt 5, 3). 
        Pongamos por ejemplo ésta,
        que es de las fundamentales: «Id y tened con vuestro prójimo,
        el mismo trato con que os gustaría ser tratados»
        (Mt 7,12). Esta máxima es la base de la moral, y sobre
        este principio se pueden regular todas las acciones de la justicia
        secular. Y como toda conclusión que se saca de uno o varios
        principios tiene que mostrar con seguridad lo que ordenan para
        la práctica de la virtud, o lo que prohíben para
        la huida del vicio, así también de estas máximas
        evangélicas se sacan consecuencias ciertas que llevan,
        según los designios de nuestro Señor, no sólo
        a huir del mal y a seguir el bien, sino también a procurar
        la mayor gloria de Dios, su Padre, y a adquirir la perfección
        cristiana. 
        Para tener una mayor inteligencia
        de estas máximas y distinguir mejor las que obligan de
        las que no obligan, es conveniente añadir que hay algunas
        que obligan a su observancia, como éstas: «Guardaos
        de toda avaricia» (Lc 12,15), «Haced penitencia»
        (Mt 4,17), porque son mandamientos absolutos. Otras no obligan
        más que a la disposición de recibirlas en caso
        necesario, cuando se le propongan y éste tenga poder para
        cumplirlas, como ésta: «Haced bien a los que os
        odian» (Mt 5,44). Hay otras que son puramente consejos,
        como por ejemplo: «Vended todo lo que poseéis y
        dadlo en limosna» (Lc 12,33), porque nuestro Señor
        no obliga a nadie a vender todos sus bienes para dárselos
        a los pobres; esto es sólo para una mayor perfección. 
        Finalmente, hay otras que son
        también puros consejos evangélicos, pero que sin
        embargo obligan a veces a observarlos por haberse convertido
        en preceptos; esto sucede cuando se ha hecho voto de guardarlos,
        haciendo voto de pobreza, castidad y obediencia, ya que los consejos
        evangélicos se refieren y se reducen a estas tres virtudes,
        pues no hay ninguno que no tenga que ver con la pobreza, con
        la castidad o con la obediencia. (Cf. Op. cit., n. 690 y 691). 
        Oración final. Señor, Dios nuestro, que pusiste
        como fermento del mundo la fuerza del Evangelio, concede a cuantos
        has llamado a vivir en medio de los afanes temporales que, encendidos
        de espíritu cristiano, se entreguen de tal modo a su tarea
        en el mundo, que con ella construyan y proclamen tu Reino. Por
        Jesucristo, nuestro Señor. 
        Terminar con los gozos
        o himno a San Vicente. 
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        DÍA SEGUNDO ![[Ir al principio de esta página]](../imagenes/p_top.gif) 
        Las
        máximas del mundo 
        
        Comenzar con la oración
        preparatoria para todos los días. 
        El abrazar las máximas
        del Evangelio compromete a huir de las máximas del mundo,
        ya que son opuestas a las del Evangelio; para huir de ellas,
        hay que saber cuáles son, qué es lo que se entiende
        por estas máximas del mundo y ver cómo se oponen
        a las de Jesucristo y en qué las contradicen. 
        En primer lugar, las máximas
        de nuestro Señor dicen: «Bienaventurados los pobres»
        (Mt 5, 36); y las del mundo: "Bienaventurados los ricos".
        Aquellas dicen que hay que ser mansos y afables; éstas,
        que hay que ser duros y hacerse temer. Nuestro Señor dice
        que la aflicción es buena: «Bienaventurados los
        que lloran»; los mundanos, por el contrario: "Bienaventurados
        los que se divierten y se entregan a los placeres". 
        «Bienaventurados los
        que tienen hambre y sed, los que están sedientos de justicia»;
        el mundo se burla de esto y dice: "Bienaventurados los que
        trabajan por sus ventajas temporales, por hacerse grandes". 
        «Bendecid a los que os
        maldicen» (Lc 6, 28), dice el Señor; y el mundo
        dice que no hay que tolerar las injurias: "al que se hace
        oveja, se lo comen los lobos"; que hay que mantener la reputación
        a cualquier precio, y que más vale perder la vida que
        el honor. 
        Y esto basta para conocer cuál
        es la doctrina del mundo y qué es lo que pretende. Por
        consiguiente, al comprometernos a seguir la doctrina de Jesucristo,
        que es infalible, nos obligamos al mismo tiempo a ir contra la
        doctrina del mundo, que es un abuso. (Cf. Op. cit., nn. 692-694). 
        Oración final. Oh Dios, que has llamado a todos los
        hombres a cooperar en el plan inmenso de la creación,
        haz que en el esfuerzo común por construir un mundo nuevo,
        más justo y más fraterno, se consiga que todo hombre
        encuentre el puesto que su dignidad pide, para que realice plenamente
        su vocación y contribuya al progreso de todos los demás
        hombres, según la Buena Nueva que nos predicó tu
        Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 
        Terminar con los gozos
        o himno a San Vicente. 
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        DÍA TERCERO ![[Ir al principio de esta página]](../imagenes/p_top.gif) 
        Motivos
        para observar las máximas evangélicas 
        
        Comenzar con la oración
        preparatoria para todos los días. 
        Los motivos se deben derivar
        de la santidad, de la naturaleza y de la utilidad de estas máximas.
        Vamos a verlo. 
        ¿Qué es la santidad?
        Es el desprendimiento y la separación de las cosas de
        la tierra, y al mismo tiempo el amor a Dios y la unión
        con su divina voluntad. En esto me parece a mí que consiste
        la santidad. 
        ¿Y qué es lo
        que nos aparta más de la tierra y nos une tanto al cielo
        sino las máximas evangélicas? Todas ellas pretenden
        separarnos de los bienes, placeres, honores, sensualidades y
        propias satisfacciones; todas tienden a ello; ese es su fin.
        Por eso, decir que una persona se mantiene en la observancia
        de las máximas evangélicas, es decir que está
        en la santidad; decir que una persona las practica, es decir
        que tiene la santidad, porque la santidad, como acabamos de anotar,
        consiste en el rompimiento del afecto a las cosas terrenas y
        en la unión con Dios; de forma que es inconcebible que
        una persona observe las máximas evangélicas y no
        se vea despegada de la tierra y unida al cielo. 
        El segundo motivo que se saca
        de las máximas evangélicas, es su utilidad. Las
        personas que las practican, ¿qué es lo que hacen?
        Se apartan de tres poderosos enemigos: la pasión de tener
        bienes, de tener placeres y de tener libertad. Ese es, hermanos
        míos, el espíritu del mundo que hoy reina con tanto
        imperio, que puede decirse que todo el afán de los hombres
        del siglo consiste en poseer bienes y placeres y en hacer su
        propia voluntad. Eso es lo que se busca, tras eso corren. Se
        imaginan que la felicidad de este mundo está en amontonar
        riquezas, en gozar y en vivir a su antojo. 
        Pero, ¡ay!, ¿quién
        no ve todo lo contrario y quién ignora que el que se deja
        gobernar por sus pasiones se convierte en esclavo de las mismas? 
        Una persona que se queda ahí,
        esto es, que no logra hacerse dueño de sus pasiones, puede
        y debe creerse hija del diablo. Por el contrario, los que se
        alejan del afecto a los bienes de la tierra, del ansia de placeres
        y de su propia voluntad, se convierten en hijos de Dios y gozan
        de una perfecta libertad, porque la libertad sólo se encuentra
        en el amor de Dios. Esas personas, hermanos míos, son
        libres, carecen de leyes, vuelan libres por doquier, sin poder
        detenerse, sin ser nunca esclavas del demonio ni de sus placeres.
        ¡Bendita libertad la de los hijos de Dios!. (Cf. Op. cit.,
        nn. 990-991). 
        Oración final. ¡Oh Salvador, Señor,
        Dios nuestro! Tú trajiste del cielo a la tierra esta doctrina,
        la recomendaste a los hombres y la enseñaste a los apóstoles,
        a quienes les dijiste que esta doctrina es como la base del cristianismo
        y que todo lo que no se cimente en ella estará cimentado
        sobre arena: llénanos de este espíritu, dispon
        nuestros corazones a recibirlo. Amén. 
         
        Terminar con los gozos
        o himno a San Vicente. 
         
        Días 4 a 6 de
        la novena en la página siguiente
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